martes, 20 de octubre de 2009

Sala de espera

(Sigo contando mi vida...)
Antes que nada, perdón por las palabras malsonantes que pueda escribir en esta entrada.
Hoy he tenido cita con el dentista y, cómo no, me ha tocado esperar un buen rato en la sala de espera. Aborrezco estas salas y odio ir al dentista.
He llegado a la hora prevista y, como no es de extrañar, la secretaria, me ha hecho esperar.
Total, me he sentado en una de esas butacas parecidas a las de los cines, dejando una silla libre entre un hombre que había y yo, lo que todo el mundo hace siempre que puede. No he cogido nada para leer porque 1) me daba pereza tener que levantarme y 2) lo único que había para leer eran revistas del corazón, así que me he dedicado a observar a los dos hombres que había en la sala.
El que estaba enfrente de mí, llevaba el pelo rapado a ambos lados y una cresta encima de la cabeza, que se sujetaba con 2 kg de gomina. Tenía además un piercing en el labio inferior y un pendiente en la oreja. Estaba concentrado mirando la pantalla de su móvil al mismo tiempo que jugaba con su cinturón (efectivamente, es todo un cerebrito). Luego ha metido el móvil en su bolsillo y se ha puesto a escuchar la música que había de fondo. Parece ser que tenían puesta toda la discografía de Shakira. Ha intentado seguir el compás de la canción pero, como ha visto que no daba pie con bola, ha dejado de hacerlo.
El otro individuo, sentado dos butacas más allá, era un hombre mayor con pelo cano y estaba leyendo lo que en un principio había creído que era un periódico. Para mi asombro, he descubierto que estaba leyendo un cuento de Blancanieves. He tenido que reprimir una carcajada. He empezado a pensar porqué estaba leyendo un cuento infantil. Tal vez fuese porque quería aprendérselo y contárselo a sus nietos. Esa es la explicación más lógica que he podido sacar. Luego, al terminar de mirar con detenimiento todas las ilustraciones del cuento, lo ha dejado en su sitio y lo ha sustituido por un cómic de Mortadelo y Filemón. Yo ya no sabía qué pensar sobre este hombre. Creo que estaba intentando recordar su lejana infancia.
En ese momento, alguien ha llamado a la puerta de la clínica. Segundos después ha entrado en la sala una mujer que tenía cara de no haber sonreído en su puta vida, y perdón por la expresión. O eso, o es que está pasando una mala época. Sea como sea, esta mujer me ha causado malas vibraciones. No me cae bien.
Me estaba aburriendo cuando ha venido el dentista a buscar al tipo de los pendientes. Un rato después el hombre de los cuentos se ha ido, ya que su mujer ya había terminado. Odio esperar tanto. Estaba esperando que me llamaran a mí, pero, cuando ha venido el dentista, se ha llevado a la mujer con cara de tristeza. Odio a esa mujer.
Me he quedado sola en la sala de espera y por fin me han llamado. El dentista me ha saludado y yo le he respondido con un simple "hola", frío y sin ningún tipo de sentimiento. Me ha dicho que le ponga más emoción. Uf, sí, qué emocionante es ir al dentista.
Me siento en la silla y me ponen cabeza abajo. La sangre empieza a subirme a la cabeza. Llega la dentista que va a hacerme la limpieza. Por suerte no ha sido la Guarra-de-ojos-verdes-sin-consideración. Hablan el dentista y ella. El dentista me pregunta que cómo estoy, le respondo que bien, en el mismo tono con el que lo he saludado. Entonces, sin que viniera a cuento de nada, me ha dado un beso en la frente con la mascarilla puesta. Después me ha preguntado a qué curso voy y se ha ido.
Mientras yo seguía en estado de shock, la dentista me ha puesto un babero de papel, porque ya sabía que durante la limpieza correría mucha sangre... Me ha dicho "si te molesta, levanta la mano izquierda". Ha empezado con la limpieza. Me ha pasado una especie de berbiquí diminuto por las encías de abajo. Por el momento, soportaba el dolor. Cuando ha llegado a la parte de arriba, las lágrimas han empezado a nublarme la vista. He levantado la mano y me pregunta: "¿te molesta?". No, solo estaba cazando una mosca.
Al terminar la limpieza tenía el babero manchado y un regustillo a sangre dentro de la boca. Me he ido hacia recepción, para pedir hora. La recepcionista es una mujer tranquila, muy tranquila. Demasiado tranquila. Le he dicho que me diera hora. Ha sonado el teléfono. Se ha pasado media hora hablando mientras se tocaba sus gafas de Dolce & Gabanna y enredaba su dedo con la cadena que colgaba de ellas. Después de la llamada me dice con su tranquilidad habitual "Ay, perdona, no recuerdo el día que te he dicho". Respira, Raquel, respira.

En fin, hasta dentro de un mes no tengo que volver.
Hasta entonces, paz y amor para todos.

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