sábado, 28 de agosto de 2010

El mar

El mar. ¿Acaso existe algo más relajante? Quizás sí, mas no hay nada que me proporcione tanta tranquilidad como escuchar el suave rumor de las olas acariciando la orilla o, tal vez, observar la leve espuma que éstas dejan en la arena justo después de desaparecer, para luego volver en su vaivén. Perderme en el inmenso y profundo azul; contemplar los rayos dorados del sol atravesando el agua como espadas de luz; sentir la brisa alborotándome el pelo.

A veces, mientras estoy absorta disfrutando de la infinidad del mar, esta paz puede verse interrumpida por algún que otro barco turístico con la música discotequera demasiado alta o, tal vez, porque unos niños discuten sobre si construir un foso alrededor de su castillo de arena. Entonces, mi atención se centra en otra cosa: las personas.

Gente de todo tipo de edades, de hábitos, de formas de pasar el tiempo en la playa. Gente con cuerpos atléticos o delgados; musculosos o entrados en carnes; con curvas o raquíticos; altos, bajos, morenos y blancos.

Unos nadan, mientras que otros pasean por la orilla. Algunos juegan en la arena, con la pelota o a hacer ahogadillas. Otros se tuestan al sol -aunque más de uno, en vez de conseguir un perfecto bronceado, consiguen un espléndido color gamba. Los hay también que van a la playa a lucir sus cuerpos de gimnasio, mientras que otros intentan disimular algún que otro michelín evitando respirar demasiado. Unos cuantos se llevan revistas, incluso libros, para leer justo al salir del agua. Otros, simplemente, van a pasar el rato a la playa, a observar a la gente, a escribir.

jueves, 19 de agosto de 2010

Sueños desconcertantes, II

Me estoy vistiendo para ir a un concierto con mis amigas. El look para esta noche es: camiseta de tirantes con rayas horizontales blancas y negras; una camiseta, también de tirantes, de un color amarillo chillón -cual chaleco reflectante- superpuesta; falda negra de tul y medias blancas agujereadas; pelo, simplemente despeinado.
(En el sueño me sentía la chica más bien vestida del universo; cuando estoy consciente, jamás se me ocurriría ponerme esa ropa. Ahora que ya lo he aclarado, cerraré paréntesis).

Me subo al coche y vamos a buscar a mis amigas. Todas van vestidas de blanco. Llegamos al recinto donde tendrá lugar el concierto y conseguimos colocarnos en tercera fila. (No he mencionado de quién era el concierto porque es una "artista" que no me gusta lo más mínimo; además, me da vergüenza haber soñado que iba a un concierto suyo de buena gana).

Al final del espectáculo, la cantante me invita al backstage porque -mira tú por dónde- le encanta mi ropa. Me pregunta dónde me la he comprado y muchas cosas más que se me escapan de la memoria. Al salir, mis amigas me interrogan para saber cómo me ha ido.

Después, recuerdo estar viajando en tranvía y llegar a un lugar donde hay un restaurante self-service. Paramos allí a comer y hay una cola interminable. Y, en un sueño, cuando algo es interminable, es porque realmente es interminable. Mientras hacemos cola, subimos y bajamos escaleras, giramos alrededor de una columna enorme, y esquivamos no sé cuántos obstáculos más. Pasan cosas mientras hacemos cola, pero no consigo recordarlas. Sólo sé que, cuando todavía no me ha llegado el turno...

Despierto.

martes, 17 de agosto de 2010

Sueños desconcertantes, I

Estoy desayunando con toda mi familia en una cafetería en la que hay una enorme cantidad de mesas con manteles de cuadros, rojos y blancos, repartidas por la estancia. Casi todas están vacías. Sólo consigo recordar que ese lugar se llama Café Zapata (a pesar de que el Café Zapata que yo conozco no es así).

Justo después, me encuentro corriendo por un verde prado a toda velocidad, perseguida por mis hermanos. La única forma de que dejen de perseguirme es que les diga qué nombre tiene un polígono de siete lados. En el sueño no consigo acordarme y corro durante largo rato. Uno de mis hermanos está a punto de alcanzarme. Estoy agotada.

Entonces, despierto. Lo primero que pienso esta mañana es: heptágono.