miércoles, 8 de diciembre de 2010

Sueños desconcertantes, III

Estoy en un vestuario (supongo que de algún gimnasio o polideportivo). Tengo que ducharme y, de repente, alguien empieza a cantar la canción de Hallelujah, de Leonard Cohen, desde la ducha. Sea quien sea, tiene una voz estupenda. Entonces, me meto yo en otra ducha y empiezo a cantar con esa persona. Terminamos la canción y el resto de gente que estaba en el vestuario empieza a aplaudirnos porque, al parecer, estábamos grabando un videoclip (sí, ¡EN LAS DUCHAS DE UN VESTUARIO!).

Después de este desconcertante episodio, estoy en el instituto. Por lo visto tienen que entregarnos un diploma de Cambridge a unos cuantos de nuestra clase. Cuando llego al aula (la clase más pequeña y fría de todas) donde se celebra esa entrega, veo que han asistido allí todos los profesores de inglés del instituto, todos los de mi clase y mi madre. Ella está sentada al lado de un chico que viene a clase conmigo y me parece raro porque no se conocen de nada pero, al parecer, ha sido él quien se ha sentado a su lado. Empieza la entrega de los diplomas y, cuando pronuncian mi nombre, salgo corriendo de la sala en busca de nosequé o nosequién, gritando que ya iré en otro momento, que en ese mismo instante es de suma importancia que vaya a hacer algo. Vuelvo al aula, preocupada, porque ya es la hora de la siguiente clase y voy a llegar tarde a Matemáticas. Pero, entonces, aunque la sala sigue llena de gente, no conozco a nadie.

Despierto.

martes, 26 de octubre de 2010

Loneliness.

Creo que no exagero si digo que todos, absolutamente todos, nos hemos sentido solos alguna vez.

Tener que sentarse solo en el autobús, en las excursiones que hacíamos de pequeños, porque nadie quería sentarse a nuestro lado. Necesitar a alguien pero que ese alguien no cuente con nosotros. Que nos deje una persona que amamos. Querer compartir un momento importante de nuestra vida, pero no tener a nadie con quien compartirlo. Tener la necesidad de decir algo pero que no haya nadie dispuesto a escucharnos. Estar rodeados de gente y sentir que no encajamos, que sobramos en alguna parte. Sentirse solo y completamente fuera de lugar.

¿Y qué es la soledad, sino la necesidad de tener a alguien a nuestro lado, que nos comprenda, que nos escuche o que, simplemente, nos haga compañía?

viernes, 15 de octubre de 2010

Promises.

No sirve de nada hacerse una promesa a uno mismo si el corazón no está dispuesto a cumplirla.

martes, 21 de septiembre de 2010

Conversaciones de mercadillo

Era un caluroso día de verano, más concretamente el primer domingo de agosto, y ese día tenía lugar el mercadillo en el pueblo. Un padre y su hijo, de unos siete u ocho años, paseaban alegremente cuando, de repente, el padre paró y le dijo a su hijo, con una sonrisa en la cara:


-¿Quieres un helado...?


-Síííí -contestó el hijo de inmediato, con la ilusión brillando en sus ojos.


-¿...de cebolla? -terminó su padre.


La cara del niño y lo que sucedió después, se lo dejo a vuestra imaginación.


Porque la gente nunca dejará de sorprenderme...

sábado, 28 de agosto de 2010

El mar

El mar. ¿Acaso existe algo más relajante? Quizás sí, mas no hay nada que me proporcione tanta tranquilidad como escuchar el suave rumor de las olas acariciando la orilla o, tal vez, observar la leve espuma que éstas dejan en la arena justo después de desaparecer, para luego volver en su vaivén. Perderme en el inmenso y profundo azul; contemplar los rayos dorados del sol atravesando el agua como espadas de luz; sentir la brisa alborotándome el pelo.

A veces, mientras estoy absorta disfrutando de la infinidad del mar, esta paz puede verse interrumpida por algún que otro barco turístico con la música discotequera demasiado alta o, tal vez, porque unos niños discuten sobre si construir un foso alrededor de su castillo de arena. Entonces, mi atención se centra en otra cosa: las personas.

Gente de todo tipo de edades, de hábitos, de formas de pasar el tiempo en la playa. Gente con cuerpos atléticos o delgados; musculosos o entrados en carnes; con curvas o raquíticos; altos, bajos, morenos y blancos.

Unos nadan, mientras que otros pasean por la orilla. Algunos juegan en la arena, con la pelota o a hacer ahogadillas. Otros se tuestan al sol -aunque más de uno, en vez de conseguir un perfecto bronceado, consiguen un espléndido color gamba. Los hay también que van a la playa a lucir sus cuerpos de gimnasio, mientras que otros intentan disimular algún que otro michelín evitando respirar demasiado. Unos cuantos se llevan revistas, incluso libros, para leer justo al salir del agua. Otros, simplemente, van a pasar el rato a la playa, a observar a la gente, a escribir.

jueves, 19 de agosto de 2010

Sueños desconcertantes, II

Me estoy vistiendo para ir a un concierto con mis amigas. El look para esta noche es: camiseta de tirantes con rayas horizontales blancas y negras; una camiseta, también de tirantes, de un color amarillo chillón -cual chaleco reflectante- superpuesta; falda negra de tul y medias blancas agujereadas; pelo, simplemente despeinado.
(En el sueño me sentía la chica más bien vestida del universo; cuando estoy consciente, jamás se me ocurriría ponerme esa ropa. Ahora que ya lo he aclarado, cerraré paréntesis).

Me subo al coche y vamos a buscar a mis amigas. Todas van vestidas de blanco. Llegamos al recinto donde tendrá lugar el concierto y conseguimos colocarnos en tercera fila. (No he mencionado de quién era el concierto porque es una "artista" que no me gusta lo más mínimo; además, me da vergüenza haber soñado que iba a un concierto suyo de buena gana).

Al final del espectáculo, la cantante me invita al backstage porque -mira tú por dónde- le encanta mi ropa. Me pregunta dónde me la he comprado y muchas cosas más que se me escapan de la memoria. Al salir, mis amigas me interrogan para saber cómo me ha ido.

Después, recuerdo estar viajando en tranvía y llegar a un lugar donde hay un restaurante self-service. Paramos allí a comer y hay una cola interminable. Y, en un sueño, cuando algo es interminable, es porque realmente es interminable. Mientras hacemos cola, subimos y bajamos escaleras, giramos alrededor de una columna enorme, y esquivamos no sé cuántos obstáculos más. Pasan cosas mientras hacemos cola, pero no consigo recordarlas. Sólo sé que, cuando todavía no me ha llegado el turno...

Despierto.

martes, 17 de agosto de 2010

Sueños desconcertantes, I

Estoy desayunando con toda mi familia en una cafetería en la que hay una enorme cantidad de mesas con manteles de cuadros, rojos y blancos, repartidas por la estancia. Casi todas están vacías. Sólo consigo recordar que ese lugar se llama Café Zapata (a pesar de que el Café Zapata que yo conozco no es así).

Justo después, me encuentro corriendo por un verde prado a toda velocidad, perseguida por mis hermanos. La única forma de que dejen de perseguirme es que les diga qué nombre tiene un polígono de siete lados. En el sueño no consigo acordarme y corro durante largo rato. Uno de mis hermanos está a punto de alcanzarme. Estoy agotada.

Entonces, despierto. Lo primero que pienso esta mañana es: heptágono.

domingo, 11 de abril de 2010

Primavera y adolescentes (I)

En el instante en que bajé del coche, le vi, al otro lado de la calle.

Alto, moreno y de cuerpo atlético, pero, sobretodo, atractivo. Era imposible no fijarse en él. Caminaba lentamente y con paso firme. Llevaba una sudadera, unos pantalones de chándal y unas deportivas.

Sus suaves rasgos le hacían parecer más joven, pese a sus diecisiete años. Su pelo castaño oscuro y liso estaba peinado hacia un lado. Sus labios eran finos y rosados y su nariz, aunque recta, no desentonaba con las facciones de su cara.

En ese mismo instante, sus ojos se clavaron en mí. Unos oscuros y profundos ojos marrones, una mirada penetrante. Un escalofrío recorrió mi espalda y no pude evitar sonreír para mis adentros.

Empecé a cruzar la calle, concentrándome en no tropezar. Sabía que me seguía mirando.

Al llegar al otro lado de la calle, él se encontraba a un escaso metro de mí. Nuestras miradas se cruzaron unos eternos y maravillosos instantes y su boca se curvó en una media sonrisa, dejando entrever unos dientes blancos y perfectamente alineados. Mi corazón dio un vuelco. Le devolví la sonrisa más coqueta que pude y seguí andando.

Qué guapo era. Antes de que desapareciera por la otra esquina, volví a girarme y allí estaba. Todavía me miraba y seguía sonriendo. Después, se giró con una gracilidad admirable y se fue.

sábado, 6 de marzo de 2010

La rebelión de las máquinas

Vale, sí, este es el título de un libro de Stephen King pero es que no me hace ni puñetera gracia que la televisión que hace 3 meses que compramos se encienda en mitad de la noche por si sola, cuando todos estamos en la cama. Ni tampoco me gusta que se encienda justo después de que yo les diga a mis hermanos, en broma, si quieren ver Psicosis, que la echan en la tele esta noche. Sobretodo cuando el mando a distancia está lejos de cualquier persona que pueda pulsar sus botones.

Ni puñetera gracia.

sábado, 27 de febrero de 2010

Querida Abuela

Hoy, 27 de Febrero, hace tres años que la vida me dio una de las lecciones más importantes de todas, que las personas se van, dejan de existir, aunque su recuerdo permanezca por siempre dentro de nosotros. Y cuando ves que ya no están es cuando de verdad te das cuenta de todas las cosas que no le dijiste, porque nunca pensaste que se iría tan rápido, ni que fuera necesario decírselo, porque es algo que se da por hecho.

Hoy te escribo, Abuela, con lágrimas en los ojos, para que sepas que no pasa un día sin que deje de pensar en ti. Te escribo porque me he dado cuenta de que no llegué a despedirme, mas no creo que hubiese tenido las fuerzas suficientes para hacerlo. Porque, todavía ahora, después de tres años, se me rompe el corazón al pensar que ya no estás. Nunca pensé que fuera tan doloroso perder a alguien. Te echo de menos.

Te echo de menos porque nunca pensé que iba a perderte. Creí que siempre estarías a mi lado y que me verías crecer.

Echo de menos tus chistes, que me des consejos y que me abraces cuando estoy triste, o por el simple hecho de abrazarme. Que me felicites cuando hago algo bien o que me ayudes a comprender que me he equivocado. Echo de menos todas las cosas bonitas que me decías, las anécdotas que me contabas de cuando tenías mi edad. Quedarme a dormir en tu casa, y que tú duermas en la cama de al lado. Y reírme contigo cuando te quitabas la dentadura y hablabas hasta hacerme llorar de la risa. Echo de menos tu voz. También echo de menos esos paseos que hacíamos juntas. Y venir a comer a tu casa después de un día de colegio, que me prepares mi plato favorito y jugar a las cartas después de comer. Echo de menos pasar tiempo contigo.

Abuela, no sabes cuánto te echo de menos y cuánto te necesito.

Te quiero. Te quise. Y siempre te querré.

martes, 9 de febrero de 2010

Lost

Oh, vaya. Ya ha llegado febrero y todavía no he escrito nada en el blog. Es el fin del mundo.
Aunque en realidad no me extraña. El pozo de las ideas se ha secado y tendré que esperar hasta la estación de las lluvias para tener algunas nuevas. Eso no significa que no tenga ideas sino que no sé redactarlas. Ni me da la gana.
En fin, hoy, a parte de pasarme el día en casa con un resfriado de cojones y un dolor de cabeza insoportable no ha pasado nada de interesante, todavía.
Ahora estoy a la espera del principio del final de la mejor serie de la historia.
Así que, queridos loquesea, aquí lo dejo, porque no me conviene pasarme demasiado rato delante de esta pantallita del demonio.
Hasta la próxima.

sábado, 9 de enero de 2010

Falta de inspiración

Como el propio título indica, estoy frustrada con mi falta de inspiración. Y es que la inspiración es cruel. Vale, no sé si cruel es el mejor adjetivo para expresar mi desacuerdo. Dejémoslo en que es inoportuna porque la jodida me asalta justo en el momento en que intento descansar después de un largo día. Llega a mí durante una de esas largas noches de insomnio, esas noches en vela, en que de todas formas no consigo conciliar el sueño. Pero es que justamente llega cuando no tengo fuerzas para escribir.
Así que, mientras le doy vueltas al tema que ha llegado a mi mente, rezo (a un Dios en el que no creo ni confío) para que no se me olvide nada ya que, con mi corta memoria, es difícil retener nada en ella durante el suficiente tiempo sin ninguna especie de intervención divina.
¿Y cuál es el resultado de que me llegue la inspiración a altas horas de la noche y que me pase un largo rato dándole vueltas a la historia, a los personajes y a los lugares que podría crear?
Pues que de la primera idea surjan otras y otras, desbaratando así la historia principal, y convirtiéndola en algo completamente incoherente. Y, aunque me guste la incoherencia, se me olvida casi por completo el tema principal y se mezcla con mis experiencias personales, de modo que no puedo escribir ningún relato como antaño hacía.
Así que, estúpida inspiración, procura venir a mi cuando yo te lo pida, así podré dormir cuando es hora de dormir, y escribir cuando quiera escribir.
He aquí la primera entrada del año.
¡Tachán!