Era un caluroso día de verano, más concretamente el primer domingo de agosto, y ese día tenía lugar el mercadillo en el pueblo. Un padre y su hijo, de unos siete u ocho años, paseaban alegremente cuando, de repente, el padre paró y le dijo a su hijo, con una sonrisa en la cara:
-¿Quieres un helado...?
-Síííí -contestó el hijo de inmediato, con la ilusión brillando en sus ojos.
-¿...de cebolla? -terminó su padre.
La cara del niño y lo que sucedió después, se lo dejo a vuestra imaginación.
Porque la gente nunca dejará de sorprenderme...