domingo, 11 de abril de 2010

Primavera y adolescentes (I)

En el instante en que bajé del coche, le vi, al otro lado de la calle.

Alto, moreno y de cuerpo atlético, pero, sobretodo, atractivo. Era imposible no fijarse en él. Caminaba lentamente y con paso firme. Llevaba una sudadera, unos pantalones de chándal y unas deportivas.

Sus suaves rasgos le hacían parecer más joven, pese a sus diecisiete años. Su pelo castaño oscuro y liso estaba peinado hacia un lado. Sus labios eran finos y rosados y su nariz, aunque recta, no desentonaba con las facciones de su cara.

En ese mismo instante, sus ojos se clavaron en mí. Unos oscuros y profundos ojos marrones, una mirada penetrante. Un escalofrío recorrió mi espalda y no pude evitar sonreír para mis adentros.

Empecé a cruzar la calle, concentrándome en no tropezar. Sabía que me seguía mirando.

Al llegar al otro lado de la calle, él se encontraba a un escaso metro de mí. Nuestras miradas se cruzaron unos eternos y maravillosos instantes y su boca se curvó en una media sonrisa, dejando entrever unos dientes blancos y perfectamente alineados. Mi corazón dio un vuelco. Le devolví la sonrisa más coqueta que pude y seguí andando.

Qué guapo era. Antes de que desapareciera por la otra esquina, volví a girarme y allí estaba. Todavía me miraba y seguía sonriendo. Después, se giró con una gracilidad admirable y se fue.