domingo, 12 de agosto de 2018

Historias y anécdotas del siglo XXI (I)

Mientras apuraba el tercer vaso de cerveza de aquella noche, me di cuenta que el rubio que me acompañaba, con su camisa de flores y la manta de Ikea que usaba como bufanda, era probablemente la persona más cuerda que había conocido en mucho tiempo.

Hacía apenas unas horas que nos habíamos conocido y él, viendo que mi timidez no me dejaba iniciar conversaciones trascendentales en inglés con un desconocido, se encargó de ocupar el silencio y de mantener mi copa llena hasta que llegamos al punto en que mi fluidez con el idioma no estaba entre mis preocupaciones. 

Como gran parte de las historias y anécdotas del siglo XXI, todo empezó a través de una de aquellas aplicaciones de citas que normalmente una se descarga al recuperarse de un fracaso amoroso - o cuando cree que se ha recuperado - para volver al mercado (aunque sin darse cuenta de que está entrando en un mercado completamente distinto al que creía). Fui un poco por aquello de a ver qué pasa (en aquél entonces la mayor parte de mis decisiones se regían por aquella máxima) y recuerdo lo primero que pensé al verle llegar: "Mierda, tiene el pelo más bonito que el mío". 

Salvado el impacto inicial, la noche transcurrió de forma agradable entre cerveza, patatas bravas, risas, cerveza, preguntas como cuál es tu animal favorito y por qué, más risas, más cerveza, anécdotas y reflexiones sobre por qué creía él que llevo un reloj tipo sport. Cuando me invitó a acompañarle al cuarto bar de la noche, decidí que era hora de irme a casa - no porque no me lo estuviera pasando bien, no porque no me estuviera gustando la cita, en parte porque ya iba un poco borracha - y nos despedimos. "Nice to meet you, see you soon"

Intercambiamos un par de mensajes más en los días y semanas siguientes - "me lo pasé muy bien", "a ver cuando quedamos otra vez" - mas nunca llegamos a vernos de nuevo. Por aquello de que hoy en día todos tenemos agendas demasiado apretadas. ¿No tenemos tiempo o lo invertimos mal?

De todas las cosas que aprendí aquella noche - ya no sé si fueron muchas o pocas - la que aún me hace pensar es la que surgió al tercer vaso de cerveza. 

Recuerdo que le conté que yo escribía - así, en pasado - pero que apenas encontraba tiempo ni inspiración para volver a hacerlo, que tampoco tenía tiempo para leer, y que sin leer una no consigue volver a plasmar con soltura sus pensamientos sobre el papel. Hablamos del proceso de creación, a veces tan difícil pero siempre tan gratificante, y de lo fácil que es hoy en día consumir cultura (¿cuantas horas podemos pasarnos enganchados a ver series y cuantas nos dedicamos a crear?). Me confesó que él había dejado de leer para centrarse en escribir, había dejado de escuchar música para centrarse en tocar la guitarra. Yo puse cara de escepticismo (¡¿como voy a dejar de leer?!), él puso cara de "no espero que me entiendas". Pero algo entendí. Me di cuenta de que la cuestión era simple: solo debía invertir mi tiempo en crear más y consumir mejor.

Y así fue como me di cuenta de que aquel rubio que me acompañaba era probablemente la persona más cuerda que había conocido en mucho tiempo. O quizás no. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario